A comienzos de 1998, como presintiendo su propia muerte, acaecida tan sólo unos meses más tarde, el poeta inglés Ted Hughes dio a la imprenta una colección de poemas-carta escritos en primera persona a lo largo de un periodo de más de 25 años y dirigidos casi en su totalidad a su primera esposa, la poeta estadounidense Sylvia Plath, quien había cometido suicidio 35 años antes. Se trata de Birthday Letters (Cartas de cumpleaños), un libro de sobrecogedora belleza en donde por primera vez Hughes abordaba, desde el momento en que tal vez la vio por primera vez en el Strand de Londres en una foto de grupo de becarios Fullbright, la cuestión de la muerte y ausencia de Plath y la tensa, hermosa y dramática vida que ambos compartieron. Por este poemario sabemos que tras su modesta boda el joyceano día de Bloomsday (16 de junio, fecha en que transcurre el Ulises) en la parroquia de St George of the Chimney Sweeps del londinense barrio de Holborn—en cuyo altar, donde Plath vio “los cielos abrirse y mostrar riquezas maduras para caer sobre nosotros, “Hughes, levitando a su lado, se vio “sometido a un extraño tiempo: el futuro hechizado”—ambos marcharon a París de viaje de novios. Allí, mientras Plath revivía con entusiasmo el mito de la ciudad que debemos a Stein, Hemingway, Fitzerald, Miller y el resto de los americanos de la generación perdida, para Hughes, secretamente, sólo existía “la capital/ De la ocupación y la vieja pesadilla./ Leía cada cicatriz de bala en los sillares del Quai/ Con una siniestra sensación familiar,/ Y miraba fijamente la afligida manera...