El primer y aclamado disco de Elliot Murphy, que dará uno de sus entrañables e intensos conciertos en la sala Bikini de Barcelona el próximo diez de marzo (http://www.bikinibcn.com/en/concerts/_mes:03,dia:10,anio:2012/) llevaba por nombre Aquashow en homenaje a la ascendencia que ha tenido siempre sobre él y su obra el espectacular negocio del mismo nombre que llevaba su padre en los años cincuenta en el solar de la exposición universal celebrada en Nueva York, ciudad natal del cantante, actor, periodista, poeta y novelista, en 1939. Los recuerdos de infancia de Murphy están trufados de las actuaciones de payasos submarinistas, malabaristas, humoristas y nadadoras a lo Esther Williams, que contempló entonces casi a diario en ese maravilloso teatro al aire libre de diseño Art Deco que vibraba con la música del gran Duke Ellington.
Otra influencia decisiva fue el Sky Club, siguiente negocio de su padre, situado no lejos del lugar de donde partió Lindbergh en su legendario viaje-proeza aeronáutico trasatlántico, sobre todo en virtud a sus míticas veladas musicales y salones de baile donde Murphy aprendió a amar bandas como The Seeds, The Ronettes o Jay and the American.
Aunque su primer grupo, The Rapscallion, ganó en 1966 La Batalla de las Bandas organizada por el estado de Nueva York cuando aún no había cumplido los 18, Murphy empezó a escribir canciones cuatro años más tarde en las calles de Europa, donde hacía vida bohemia y conoció a Federico Fellini, que le dio un pequeño papel en su perturbadora y magnífica película Roma. Para entonces, la influencia de Dylan y la Velvet post-Cale eran ya notables y a su regreso a Estados Unidos se convirtió con Aquashow en una de los artistas más exitosos de la primera mitad de los años setenta.
A medida que el éxito iba decreciendo crecía sin embargo el prestigio. En 1980 decidió romper con su compañía discográfica y comenzó una carrera como artista independiente que le fue convirtiendo en una auténtica figura de culto en Europa, donde fue pasando progresivamente más y más tiempo hasta establecerse en París en 1989.
Desde la capital francesa, guiado por su lema “el rock and roll es mi adicción y la literatura mi religión” emprende desde entonces maratonianas giras que le tienen en la carretera durante buena parte del año y llevan a España con una regularidad tal que es una de las presencias más constantes en las salas de conciertos de la geografía española. Es esa complicidad sostenida con el público español, al que en varias ocasiones se ha referido como su favorito, la que hace de los conciertos de Elliot Murphy en España algo tan especial, un fenómeno mucho más parecido a una reunión familiar con nuestro tío excéntrico favorito que a un simple concierto de música.
Y toda un experiencia difícilmente olvidable para los asistentes, que en su mayor parte hacen votos de regresar a verle la próxima vez que viste la ciudad, como podrá comprobar por sí mismo si se acerca a la Bikini el 10 de marzo cuando alquile apartamentos en Barcelona