En su libro A modo de último sacrificio el escritor de Samoa Albert Hanover nos habla de la emoción que le embargó cuando en su primer viaje a Málaga descubrió por sorpresa que la estación de ferrocarriles que lo recibía llevaba el nombre María Zambrano. En el tren, desde Córdoba, había venido leyendo precisamente su novela autobiográfica Delirio y destino y la coincidencia del nombre le hizo pensar que esa penúltima etapa de su periplo no podía ilustrar el propio libro de manera más poéticamente acertada o tal vez precisamente lo contrario, que el libro no podía ilustrar de manera más acertadamente poética esa penúltima etapa de su singladura, y jamás como entonces sintió con más fuerza la bella verdad de la máxima hermética que sugiere que dos cosas opuestas pueden ser ciertas simultáneamente.
Pues después de todo el principal objetivo de su viaje era culminar un itinerario personal que seguía los pasos de la escritora malagueña en un orden cronológico inverso que le había llevado de Madrid a la ciudad andaluza pasando entre ambos puntos por Ginebra, Ferney Voltaire, La Pièce, Roma, La Habana, París, Puerto Rico, otra vez La Habana, México, otra vez, París el sur de Francia, Barcelona, Valencia, Santiago de Chile, otra vez Madrid, Segovia, y Madrid por tercera vez, y que habría de concluir próximamente en Vélez- Málaga, lugar de su nacimiento en 1904 y donde se encuentra entre un naranjo y un limonero la tumba (en cuya lápida quiso que se escribiera la leyenda del Cantar de los Cantares “surge amica mea et veni” [“levántate amada mía y vente”]) de María Zambrano, una de las grandes mentes del siglo XX, finísima estilista literaria y creadora de conceptos filosóficos tan importantes como la razón poética (capaz de descender como lo hacía la poesía trágica al mismo abismo de la realidad entendida como algo sagrado para elevarse desde allí a la luz celeste y salvar así la vida en esperanza) o la perenne aurora del pensamiento (esa doble intuición primaria anterior a todo razonamiento que se nos aparece como la verdadera naturaleza de la razón poética) y uno de los más claros ejemplos del sexismo dominante pues, de no ser por su condición de mujer uno no se explica que su vida y su obra sean tan insuficientemente conocidas aun, tal vez incluso en particular, dentro de España.
Hanover se dio cuenta entonces, al repasar mentalmente todo el itinerario, que la vida nómada de Zambrano, no sólo rimaba con su propia existencia sino que también era posible columbrar en las entrañas de ese rumbo (esas entrañas donde según la escritora malagueña se alquimizan los cuatro elementos en virtud al poder de la chispa divina que en ellos reside) un reflejo de su pensamiento y su concepción gnóstico-sufí del exilio como la condición ontológica del ser humano, pues acaso no fuera falso como creía recordar haber leído en algún sitio que al viajero lo mantiene en el camino el recuerdo de un origen que es promesa de una nueva esperanza.