Cuentan que a finales del siglo XVIII Hatice Sultana, la hermana del sultán reformista otomano Selim III y como él inclinada con curiosidad creativa a las novedades procedentes de Occidente, se enamoró a primera vista y sin remedio de los jardines que festoneaban la mansión del antiguo embajador comercial danés en Estambul, y quiso de inmediato para ella un entorno natural parecido en su palacio.
Sin importarle el escándalo, se entregó al deseo de caminar cuando fuera su antojo sobre un jardín al estilo occidental, un laberinto de rosales, acacias y lilas con el que aseguraba haber soñado desde niña. En el sueño había una bola de cristal, la peana de una estatua y un león alado cubierto por mosquiteros de un color nunca visto producido por estilizadas y diminutas mujeres que trabajaban flotando sobre extraños telares en un pequeño pabellón anexo que años más tarde identificó en una pintura inglesa como un quiosco europeo.
Al parecer la pintura había sido un regalo de Antoine- Ignace Melling, la persona que le recomendaron como diseñador de esos jardines tan imperiosamente deseados. Nacido en 1763, Melling era un artista, arquitecto y matemático alemán—por cuyas venas asimismo corría sangre italiana y francesa—que a los 19 años de edad había abandonado la ciudad de Estrasburgo para obedecer la llamada de Oriente, en consonancia con la incipiente oleada romántica que empezaba a agitar la conciencia europea. Es así como llegó a Estambul, donde habría de residir las siguientes dos décadas de su vida.
Melling no sólo diseñó jardines de estilo neoclásico y trabajó como asesor artístico para Hatice Sultana, también hizo anexos y arreglos interiores al palacio de verano de Selim III caracterizados por un gusto mixto que introducía elementos europeos sin ser irrespetuoso con el paisaje y las tradiciones estéticas del Bósforo. Amaba Estambul y tal vez se hubiera quedado allí para siempre de no haber caído en desgracia en la corte de manera tan inesperada como irreparable.
Diecisiete años después de abandonar la ciudad, en 1819, publicó en París un libro, Voyagge pittoresque de Constantinople et des rives du Bosphore, en el que había convertido en 48 grandes grabados las detalladas pinturas y dibujos realizados durante su larga estancia en la antigua Bizancio.
Para el escritor y premio Nobel de literatura Orhan Pamuk—cuyo tío, el poeta Sevket Rado, preparó una edición facsímil de libro de Melling en formato in folio en 1969—ningún otro pintor occidental ha usado jamás mejor como tema los paisajes del Bósforo, paisajes que se contemplan no sin cierta tristeza resultante del conocimiento de que la mayoría de los edificios en ellos representados, incluyendo los diseñados por el propio Melling, hace tiempo que no existen.
Pese a su asombrosa precisión matemática, Pamuk admira este libro por la sensación que transmiten sus grabados de no tener centro ni final, pues precisamente así era como él percibía la ciudad cuando era un niño y paseaba por el Bósforo.
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Paul Oilzum
A pesar de la desaparición de los quioscos y laberintos creados por Melling, esa “sensación de cuento de hadas de que la ciudad no tiene ni centro ni fin” continua enseñoreándose oníricamente del visitante y de ella, como podrá comprobar cuando alquile apartamentos en Estambul