Según relata en su extraordinario y tristemente descatalogado libro Vestido de verano fue en la azotea del Círculo de Bellas Artes de Madrid donde el escritor de Samoa Albert Hanover escuchó por primera vez algunas historias sobre la breve visita que Léon Trotski hizo a la ciudad antes de su definitivo exilio mexicano.
Según una de ellas, bajando desde Sol por la callé Alcalá camino de Cibeles, el escritor, ideólogo y revolucionario ruso, líder a la sazón de la que posiblemente fuera la mayor contestación al régimen estalinista planteada desde la izquierda, se sintió muy impresionado cuando, llegando ya a la confluencia con el Paseo del Prado, contempló la magnificencia del monumental edificio del Palacio de Telecomunicaciones, sede de la oficina central de correos, que había sido construido durante catorce largos años entre 1904 y 1918. En trance de admiración, pregunto inmediatamente qué era lo que estaba contemplando, pero cuando se lo dijeron no pudo evitar rebautizar el palacio otorgándole un carácter sacro probablemente más en consonancia con el espíritu ascensional de sus torres y antenas. “Querrá usted decir, Nuestra Señora de Correos”.
De alguna manera la sensibilidad de Trotski percibió no sólo la vertiente catedralicia del genial edificio de Antonio Palacios, sino la reverencia que debe otorgarse siempre al servicio postal. Tanto la literatura como la vida están llenas de ejemplos de la manera en que el retraso o adelanto en la llegada de una carta—por no mencionar las que por una u otra razón nunca llegan, como aquella que Beckett mandó cuando tenía 29 años a los cineastas soviéticos Sergéi Einstein y Vsévolod Pudovkin ofreciéndose como aprendiz suyo, perdida para siempre a causa de una epidemia de viruela—son capaces de alterar para siempre el rumbo de la Historia y de nuestras vidas.
Pese a los cambios tecnológicos, esencialmente lo mismo puede ser dicho de los correos electrónicos y mensajes de telefonía móvil, planteando la intrigante cuestión entre existencial y metafísica, pero fundamentalmente literaria, de a dónde irán todos esos mensajes que se pierden y jamás llegan.
Tal vez en un extremo opuesto Nuestra Señora de Correos de Madrid, se encuentra otro espléndido edificio, la Oficina Postal Central de la ciudad de Viena (http://www.greatbuildings.com/buildings/Post_Office_Savings_Bank.html), construido en un plazo mucho más corto hacia los mismos años que empezó a levantarse el Palacio de Telecomunicaciones madrileño.
Ese extraordinario edificio de Otto Wagner, el padre de la arquitectura moderna austriaca, representa a la perfección la naturaleza verdaderamente revolucionaria del estilo simple, práctico y racional al que aspiraban los Talleres Vieneses, separándose así de aquellos arquitectos, artistas y diseñadores del mismo periodo que se vieron más inclinados a las formas ornamentadas, curvas y vegetales del Jugendstill, la versión austriaca y alemana del Art Noveau.
Para Wagner y la Wiener Werkstätte, como puede verse a la perfección en la oficina de correos, la arquitectura de un edificio no debe camuflar su verdadero uso. Se trataba de aplicar unos principios funcionalistas que casaran la forma de las cosas con su significado y las pusieran en estrecha relación con su función en la vida.
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Paul Oilzum
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