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Restauración de Santa Sofía

Aunque siempre habrá excepciones para que la vida respire y gente que rehúse adscribirse a la necesidad perpetua del bandismo filisteo, es probablemente cierto que los amantes de Estambul se dividen principalmente entre aquellos cuyas preferencias se inclinan por la Mezquita Azul y los que, puestos en el brete, no podrán sino optar por Santa Sofía, del mismo modo que en los viejos tiempos del Hipódromo difícil fuera vivir al margen de las facciones de los verdes y los azules. Nada nuevo bajo el sol y pocos sitios como Estambul y el Bósforo—el lugar desde el que empieza uno a embriagarse de los olores de Oriente—para dotar al proverbio  de vértigo y vigor redivivos.

santa sofia

Pese a su conversión en mezquita en 1453, pese a los cuatro espléndidos minaretes que hoy la flanquean, pese a las deslumbrantes caligrafías con el seductor nombre de Allah y los ocho profetas de los descomunales medallones suspendidos en su interior, pese a que los cruzados saquearan el templo llevándose a la Sainte Chapelle de París el oro de los mosaicos y la corona de espinas del nazareno, Santa Sofía siempre será en el imaginario occidental el más rotundo exponente del apabullante poder de fascinación del Imperio Bizantino.

En tanto que emperador ( 527 -565)  y a fin de reforzar su imagen, Justiniano no sólo se identificó con Dios mediante un sofisticadísimo ritual cortesano que acabó siendo incorporado por la iglesia ortodoxa griega, sino que quiso plasmar su deseo de ser el centro y comienzo de toda política, incluida la religiosa, a través de la construcción de un fabuloso palacio imperial—tan estragado por el tiempo que su excavación es menos motivo de dicha que de desasosiego—y una iglesia, Santa Sofía de Constantinopla, en cuya propia advocación (la sabiduría es la segunda persona de la Santísima Trinidad) parecía advertirse una identificación entre Cristo y el emperador, su representante en la tierra.

Sus inusitadas audacia arquitectónica—expresada tanto en una nueva estructura fruto de la combinación de basílica de columnas y edificio central en forma de rotonda como en la turbadora y abrumadora sensación de espacio creada bajo su gigantesca cúpula sin tambor apoyada en cuatro pechinas, que pareciera “estar suspendida del cielo por una cadena de oro”, por usar las bellas palabras de Procopio de Cesarea—y riqueza de elementos y materiales decorativos (puertas, cortinajes, altares, mosaicos, piedras preciosas, mármol verde, pórfido, roca negra…) no sólo hicieron—siempre según Procopio, que también hace lamentar a Teodora en su Historia Secreta que “Dios no la hubiera dotado de más orificios para dar más placer a más gente al mismo tiempo”, aspiración que acaso logró colmar de alguna manera la iglesia—que Justiniano exclamará «¡Salomón, te he vencido!» cuando la vio terminada. También cerraban junto al palacio el círculo mágico central del microcosmos del Imperio garante de la supervivencia de éste.

 

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Tras 17 años de trabajos, su restauración ha llegado a buen término. Incluye un refuerzo de 50 toneladas de plomo en previsión del terremoto esperado antes de 30 años. Si alquila apartamentos en Estambul aunque prefiera la Mezquita Azul, déjese maravillar por su presencia.