Ante un pasmo poco menos que generalizado, el pasado mes de febrero el ayuntamiento de Barcelona otorgó el anual Premio de Arquitectura y Urbanismo Ciudad de Barcelona, concedido al mejor proyecto construido en la ciudad en 2010, a la Sagrada Familia de Antoni Gaudí, o mejor dicho, al proyecto que en dicho año ha conseguido el durante muchos años considerado imposible objetivo de terminar el templo siguiendo los planos del genial arquitecto catalán.
Como era de esperar el fallo del jurado -presidido por Carlos Ferrater y compuesto por Xavier Monteys, Daniel Giralt Miracle, Zaida Muxí y Mónica Gili- ha despertado una acalorada polémica. Para un grupo importante de arquitectos, figuras de la cultura y ciudadanos (que han organizado una protesta colectiva impulsada por la publicación en los medios de una carta abierta) está fuera de recibo considerar a la Sagrada Familia de Gaudí un edificio de 2010 y la decisión del jurado responde más a criterios de promoción turística basados en la cultura del espectáculo que a una ponderación cabal de los proyectos arquitectónicos que más se acuerdan con las necesidades de los ciudadanos de Barcelona, parámetros que en su opinión deberían ser más indicados en un premio concedido por el gobierno del municipio.
Otra línea crítica importante apunta a que la concesión de este premio a la Sagrada Familia no sólo supone un agravio comparativo para la arquitectura barcelonesa del presente sino el envío de un mensaje inequívoco de sesgo involucionista caracterizado por la defensa de las rehabilitaciones marcadas por el rasgo de lo neo ( un neo kitsch tal vez en el caso que nos ocupa) en oposición directa a trabajos de restauración como los del Museo Can Framis de Poble Neu—que partiendo de una antigua fábrica originó tanto el museo como una nueva plaza pública—, obra con la que Jordi Badía ganó el mismo premio hace un año. Se trataría, en definitiva de favorecer una remodelación basada en el pastiche mimético frente a proyectos que trabajan con rigor e imaginativamente el diálogo de diferentes materiales y nuevas soluciones espaciales que además den respuesta a lo que la ciudad necesita para mejorar sus condiciones de habitabilidad y calidad de vida.
De hecho, esto es un factor importante, pues tácitamente siempre se ha dado poco menos que por supuesto que el Premio de Arquitectura y Urbanismo Ciudad de Barcelona valoraba las actuaciones conducentes a la mejora de la relación entre la ciudad, sus habitantes y su arquitectura por encima de cualquiera otra. De una manera implícita, pero clara, para un buen número de arquitectos éste había sido siempre el criterio principal en la concesión de este premio. Su fallo a favor de la Sagrada Familia parece suponer un cambio de ciento ochenta grados hacia una apuesta por una ciudad escaparate pensada para los turistas y la transformación de la vida ciudadana en mero espectáculo
La polémica también ha servido para cuestionar la necesidad de la periodicidad anual del premio.
Para mas informacion visite la web: http://www.sagradafamilia.cat
Paul Oilzum
Sea como sea la Sagrada Familia sigue siendo un edificio con un poder de fascinación al margen de las comparaciones. No renuncie a visitarla cuando alquile alojamiento en Barcelona