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Según van pasando los meses, la escalada de signos heraldos de un simbólico final del mundo parece hacerse más innegable como preparando el camino a la apoteosis de la profecía del año maya, validada tanto por el prestigio de la misteriosa e impactante precisión de sus observaciones astronómicas como por la tendencia a refugiarse en lo oculto reinante en tiempos de crisis y decadencia.
Al menos en los países occidentales, el lado financiero es la manifestación de esta crisis que parece afectar más directamente a los ciudadanos. Tras una tímida promesa de recuperación, la situación límite a la que la postura de los sectores más derechistas del Partido Republicano han forzado a los Estados Unidos, que estuvo a punto de declararse en suspensión de pagos a principios del pasado agosto al negarse los conservadores, con mayoría en la Cámara Baja, a aprobar los presupuestos para el próximo año a no ser que la administración Obama se comprometiera a reducir los programas sociales y no aumentar los impuestos, provocó un nuevo ataque de los especuladores financieros—quienes pese a provocar la mayor debacle económica desde el crack del 29 siguen operando en la más absoluta desregularización e impunidad e incluso imponiendo sus políticas a los gobiernos de la mayor parte del mundo—a las economías nacionales de los países más vulnerables que causó una caída en picado de las bolsas occidentales y puso en evidencia una vez más las posibilidades de recuperación económica en esta región del mundo al menos a medio plazo. Tal es la situación, que incluso los analistas menos proclives al pesimismo reputan que estamos viviendo el peor momento desde 2008 y abundan las voces, no todas ellas caracterizadas habitualmente por el catastrofismo, que sostienen que la crisis no ha hecho más que empezar.
En épocas como esta, cuando resulta inconcebible la ceguera colectiva, por otra parte tan bien preparada mediante un sistema holístico y polifuncional de lavado de masas planetario, que nos impide darnos cuenta de que nuestro sistema y forma de vida, amén de ser terriblemente injustos y depredadores, simplemente no resultan sostenibles, hay quien, mientras espera estoica y serenamente que reaccionemos con dignidad como especie, consigue hallar solaz mirando la réplica de la espléndida estatua ecuestre del siglo II situada en el centro de la Piazza del Campidoglio—la original se encuentra en los Museos Capitolinos: http://www.museicapitolini.org/ y volviendo a la lectura de las Meditaciones o Sololoquios del personaje en ella representado, el emperador filósofo Marco Aurelio, con quien el tiempo ha sido generoso como para demostrar uno de sus más famosos asertos, vale decir que “ todo lo que acontece, justamente acontece”, pues no sólo tenemos la fortuna de que se haya conservado durante tantos años su estatua (lo normal era fundir el bronce para acuñar moneda o hacer otras estatuas) sino también los singulares apuntes, tanto por su elegancia literaria como por su honda honestidad, en los que vertió sus reflexiones filosóficas y morales.
Paul Oilzum
Es posible y razonable que piense que estos son tiempos que llaman más a la acción que a la aceptación y la calma, pero eso no es óbice para que disfrute tanto los textos como la escultura de Marco Aurelio cuando alquile apartamentos en Roma y halle en lo primeros sosiego si el cambio deseado no llega a materializarse.
