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GLOBAL SHORT RENTALS



Enrique Bunbury en Barcelona

Hay bandas que se disuelven después de haber dejado un solo disco memorable provocando toda suerte de añoranzas y deseos imposibles; hay bandas que lo hacen en su momento más álgido dejando un recuerdo doloroso y perfecto; hay bandas que se separan tal vez algo más tarde de lo debido pero a penas se nota o no importa nada porque los discos que producen digamos que ya  de alguna manera fuera de tiempo, por pura inercia, o compromiso o falta de coraje para romper definitivamente unos lazos de dependencia que han sido demasiado fuertes y delicados añaden dimensiones nuevas y profundas a su obra que siempre se recordará imbatible y tocada por la gracia con el añadido de la dimensión épica y heroica que otorga el sentido consciente o inconsciente de lo crepuscular, especialmente cuando es compartido por el artista y su público; y hay bandas que no se separan jamás pero insisten en vivir de las rentas aceptando el precio de convertirse en una mera parodia de sí mismas, amplificada por su leyenda y su enorme poder mediático, se convierten en iconos cosificados, algo más para ver que para escuchar y no advierten o se niegan a advertir su deglución  y regurgitación en forma de bandera de la experiencia sin sensaciones por parte de la sociedad del espectáculo.

bunbury barcelona

Uno tiene la impresión de que Enrique Bunbury, que tocará en el Sant Jordi Club de Barcelona el próximo 21 de enero http://www.nvivo.es/sant-jordi-club-salas-31619 fue desde el mismo comienzo de su carrera una pura parodia de sí mismo, un miembro de una de estas últimas bandas. Una parodia de sí mismo que sin embargo esperaba que se le tomara en serio, lo que posiblemente le ocasionó más de un sonado encontronazo. Sin embargo no era fácil ver como otra cosa que deficientes imitaciones sus sucesivos intentos de encarnar las figuras del genio incomprendido, del poeta maldito de inspiración morissoniana con tintes védicos, el Bowie espacial o el Bob Dylan vagabundo, solitario y enigmático que recorre un imaginario del oeste americano insinuado en discos como Nashville Skyline o John Wesley Harding.

Con el tiempo, sin embargo, a medida que se han ido desinflando las posibilidades de ser tomado en serio por la gente deseada, el personaje ha virado curiosamente hacia lo monstruoso y la parodia, según su condición iba siendo de alguna manera aceptada por el propio Bunbury, adquiriendo dimensiones insospechadas que han enriquecido su controvertida obra de manera considerable.

Pues incluso sus más acérrimos detractores podrían admitir que Bunbury—a quien nunca han faltado legiones de fieles entusiastas—se ha convertido en una especie de monstruo, algo que no está al alcance de cualquiera y que convierte sus conciertos en acontecimientos singulares al margen de los gustos previos.

 

 

 

 

Un monstruo que ha hecho decidida y vigorosamente del escenario su genuino elemento, adquiriendo paradójicamente en el proceso una dimensión artística y humana propia, y más interesante que nunca, acaso por primera vez en su ya dilatada carrera, como podrá comprobar si alquila apartamentos en Barcelona por esas fechas.