Si en una ciudad resulta difícil señalar una serie de rincones mágicos, esa es Roma, y no precisamente por su escasez sino más bien exactamente por todo lo contrario, su incomparable sobreabundancia.
No es fácil, no obstante, dejar de mencionar la casa museo de Keats y Shelley (http://www.keats-shelley-house.org/), no sólo por la delicada belleza del inmueble y su inmejorable localización al lado de la impresionante escalinata barroca de la inolvidable Piazza di Spagna, imposible determinar si más célebre o más bella, sino por constituir tal vez el mayor templo pagano erigido al Romanticismo, un centro de peregrinación para los continuadores del impulso que más decididamente marcó la sensibilidad moderna. Entre verdaderas reliquias como un mechón de pelo de Keats y su máscara mortuoria o la urna que contiene las cenizas del cuerpo de Shelley—cuyo cadáver había quedado tan desfigurado por la acción de pájaros y peces que sólo pudo ser reconocido por el libro de Keats que se halló en uno de los bolsillos de la levita que llevaba en el momento del naufragio—quemado a la orilla del mar en una hoguera a la manera griega en una ceremonia oficiada por Byron digna de la leyenda, la casa contiene valiosos mementos en forma de cartas personales, documentos y una extraordinaria y amplísima biblioteca.
Igualmente emotivo resulta, por motivos tal vez no demasiado lejanos de ese espíritu romántico anteriormente aludido, el Mausoleo de Augusto (Piazza Augusto Imperatore/via Ripetta), perfecto recordatorio de la vanidad de todas las cosas y el devastador efecto del paso del tiempo. Pues cuesta comprender a primera vista que este gran cilindro de ladrillo de aspecto desamparado, originalmente cubierto de pilares y estatuas de mármol y flanqueado por dos obeliscos ahora sitos en la Piazza del Quirinale y la Piazza dell´Esquilino, fuera en su momento uno de los monumentos funerarios más importantes de la antigua Roma. La vegetación ha ido creciendo sobre él y en torno suyo confiriéndole un efecto wabi-sabi estremecedoramente bello.
Tal vez por la misma invencible inercia expresada por Nanni Moretti en Caro Diario de sentirse uno siempre más a gusto entre las minorías, Santa María sopra Minerva (Piazza de la Minerva, 42), la única iglesia gótica conservada en Roma, está destinada a encontrar un lugar en esta lista. Construida sobre un antiguo templo dedicado a la diosa romana de la sabiduría, el cielo estrellado de sus nervaduras y su asombrosa calidad polícroma, parecen mantenernos en un estado encantado situado al margen del tiempo.
Como hechizados también inevitablemente quedamos muy cerca de allí, en la Piazza de la Rotonda, en virtud de la rotunda victoria sagrada de sus armónicamente musicales formas y volúmenes, con el Panteón de Roma, eterno aspirante a la categoría de edificio más perfecto de todos los tiempos si esta hubiera tenido alguna vez algún sentido.