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Aki Kaurismäki, Le Havre su nueva pelicula

Cinco años después de su última película, la extraordinaria y sumamente singular Luces al atardecer, los amantes del buen cine están de enhorabuena tras la presentación el pasado festival de Cannes de Le Havre,  la nueva  película del  director finlandés Aki Kaurismäki. Fiel a su inimitable estilo, la rueda de prensa de Kaurismäki en la ciudad del sur de Francia dejó una serie de momentos memorables, como cuando, tras ser reprendido por haber encendido un cigarrillo reincidió momentos más tarde y, frente a la nueva reprimenda desveló que se trataba de un cigarrillo electrónico y  que para apagarlo necesitaría un cenicero electrónico, o cuando se sirvió de la suspensión de una pregunta en la mitad para decir que encontraba que todo en la vida le parecía irónico.

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La ironía, el distanciamiento, la inexpresividad, son algunas de las características del cine de Aki Kaurismäki, cuyas películas resultarían insoportablemente duras si no fuera por ellas, confiriéndolas una ternura especial que acaba humanizando de alguna manera el mundo. Pero es siempre un mundo despiadado, cruel, malvado, donde los humanos parecen condenados a un sufrimiento innecesario producto de la estupidez, el egoísmo, la avaricia y la perversidad. Pese a ello, y ese es su enorme mérito, el espectador a menudo sale extrañamente reconfortado del cine, cosa extraña si pensamos que pocos otros filmes parecen invitar tan directamente a la desesperación y el suicidio. El mérito reside, naturalmente, en el tratamiento estético, tanto en lo referido a la interpretación como al guión o los encuadres, siempre perfectos y a su manera exquisitos. Como en el cine de Bresson, Jarmusch o el primer Leigh, los largos silencios y la incomunicación de los personajes va creando nuevas franjas o espacios donde otro tipo de encuentros entre personas resulta posible, un encuentro capaz de conferirlos una fuerza suficiente para resistir los brutales envites de un mundo cruel y sin escrúpulos. Desde este punto de vista, sus filmes tienen una cierta cualidad gnóstica: afirman la maldad y corrupción del aspecto material del mundo pero al mismo tiempo sugieren la existencia de una chispa divina oculta en su seno que nos permite atisbar e incluso acceder, aunque sea brevemente, a la verdadera vida.

Es posible que el arte exista esencialmente para salvarnos del mundo, de esa manera funcionan los filmes de Aki Kaurismäki., pero no en forma de evasión hacia paraísos artificiales sino paradójicamente sumergiéndose de plano en sus aspectos más turbios y haciendo una estética personalísima de todo ello. No es acaso casual que dirigiera en 1992 en un bellísimo y desolado blanco y negro, como la propia película, una de las mejores adaptaciones en cualquier género de la novela de culto Escenas de la vida de bohemia de Henri Murger (origen de la célebre  Boheme de Puccini,), uno de cuyos protagonistas, Marcelo Marx, es el actor principal de Le Havre—como dice el propio Kaurismäki, un guiño a una película que nadie vio en una película que nadie va a ver. Esperemos que en esto último se equivoque.

 

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A pesar de lo universal de sus filmes, se ha dicho a menudo que Aki Kaurismäki es el cineasta que mejor ha sabido mostrar algunos aspectos esenciales de la sociedad finlandesa. Ver sus filmes es una extraña invitación a alqular apartamentos en Helsinki