Hace exactamente cien años se produjo en toda Europa un apasionante debate en torno al patriotismo. El continente parecía dirigirse ciegamente a una guerra inevitable de proporciones incomparablemente más grandes que ninguna de las precedentes y la izquierda socialista había analizado el fenómeno en términos de lucha por la supremacía imperialista de unos países sobre otros. Para pensadores como Lenin o Rosa Luxemburgo el imperialismo no era más que una fase avanzada del capitalismo y la guerra mundial a la que daría lugar de manera ineluctable no podía por tanto ser más contraria a los intereses de los trabajadores de los países implicados.
El verdadero enemigo era la explotación capitalista y para derrotarla los trabajadores de todo el mundo debían hermanarse en lugar de desear matarse unos a otros. Lúcidamente analizada la situación, durante años el internacionalismo socialista hizo un esfuerzo sobresaliente por convencer a los trabajadores de que no debían participar en la guerra que se avecinaba. Sin embargo, llegada la hora de la verdad, los partidos socialistas nacionales fueron convencidos de la necesidad de la guerra mediante su astuta inclusión en los gobiernos de cada estado. Cooptados de esta manera en nombre del patriotismo y las razones de estado, la izquierda internacionalista sufrió una formidable derrota y Europa se convirtió durante cuatro años en el más sangriento campo de batalla jamás conocido a lo largo de un conflicto que hizo desparecer buena parte de la juventud de la época, causó una herida colosal a la civilización europea de la que probablemente jamás se ha repuesto y creó el germen de una crisis irreparable en la idea de confianza en la humanidad y el progreso.
Pese a las lecciones que podríamos haber aprendido, parecemos seguir siendo rehenes de la idea de la posibilidad de la existencia de un patriotismo bueno, en el nombre del cual por ejemplo Bruce Springsteen, que tocará el 17 y 18 de mayo en el Estadio Olímpico (http://www.nvivo.es/estadio-olimpico-montjuic-salas-390), continúa construyendo su obra como evidencia su último y reciente álbum Wrecking Ball, donde recurre al legado de Woody Guthrie y la canción protesta folk americana, las canciones irlandesas de rebelión y la música gospel para denunciar furiosamente a los responsables del estado de bancarrota moral, económica y social causado por la última crisis en nombre de la pureza de un supuesto buen patriotismo americano mancillado por ellos.
El propio Springsteen debería ser consciente por experiencia propia de los riesgos de mantener semejante discurso pero parece importarle tan poco como a los miles de seguidores que siguen atiborrando los estadios durante sus legendarias giras.
La actual ofrece además la promesa de un Springsteen en estado puro: poderoso, indignado, enrabietado, sentimental y dolido, no sólo por la situación del país que tanto ama tal vez de una manera característicamente irreflexiva- ¿acaso no podríamos referirnos a toda su obra como un intento de juzgar la distancia que media entre la realidad y el sueño americano—sino por la reciente muerte de Clarence Clemons, el mítico saxofonista de la E Street Band. Tal vez no desee perdérselo si alquila alojamiento en Barcelona