En París, bien se ha dicho, hay pocos lugares donde el cielo valga más que el suelo. La mirada del caminante recorre azorada y en asombro perpetuo una serie interminable de itinerarios erráticos y azarosos que compendian la esencia de la aventura de lo urbano y sirven de pasajes secretos al corazón la ciudad, objeto surrealista por excelencia como bien supo ver Walter Benjamin. Dichos itinerarios conducen nuestros ojos por diferentes alturas, desde las bocas de metro de Guimard y el pavés de ciertas calles hasta las gárgolas que desde lo alto de Notre-Dame vigilan la ciudad y guardan el secreto que dejó entrever Fulcanelli.
Casi cada periodo histórico y estilo artístico de la Historia europea ha dejado en París su huella, como lo han hecho también las guerras, a menudo en estrecha relación con los cambios estéticos, los cuales también han tenido que contender a su vez en feroces conflictos por la supremacía o la supervivencia.
La penúltima guerra visual no sólo presenta curiosos e insospechados antagonistas sino que se expresa en un lenguaje plástico eminentemente urbano que anuncia o confirma tal vez un cambio de paradigma.
El campo de batalla se ha establecido esta vez en los barrios donde se ubican los principales bancos y empresas de telecomunicaciones y medios audiovisuales, destacados protagonistas, junto a diferentes agencias de publicidad y corporaciones multinacionales como Coca-Cola, de las maniobras bélicas. Todo empezó en las relucientes fachadas del parque de oficinas de Montreuil, al este de la ciudad, pero pronto los frentes principales se establecieron en el moderno distrito financiero de La Défense y en el enclave de la Isla de Francia Issy-les- Molineaux, célebre por su asociación con Natusha, la enigmática cantante franco-venezolana de música caribeña, si bien cada día se registran nuevos combates incluso en el mismo centro de París y hasta en ciudades lejanas tales como Lille o Lyon, lo que hace temer que el conflicto pueda traspasar el Canal de la Mancha y extenderse a tierras inglesas.
Mientras el país sufre los envites fatales de una crisis económica desencadenada por los especuladores aprovechando la desregularización global de los mercados financieros y miles de trabajadores ven notablemente menoscabadas sus condiciones de vida al tiempo que los servicios públicos sufren unos recortes sin precedentes para satisfacer las exigencias de los mismos causantes de la debacle, que campan a sus anchas y dictan condiciones que condenan a una nueva forma de esclavitud a generaciones enteras, los jóvenes ejecutivos de empresas rivales quedan para comer con el objetivo de ponerse de acuerdo en quién pierde o gana posiciones en la guerra.
Las armas más visibles empleadas hasta el momento son las pequeñas hojas de papel autoadhesivo conocidas como post-it, con las que los empleados de estas empresas, haciendo uso de una amplia gama de colores, recrean imágenes pixeladas en los cristales de las oficinas, alcanzando a veces una complejidad tal que su diseño resulta inexplicable sin la ayuda de programas informáticos especializados.
Paul Oilzum
Es el caso por ejemplo de algunos de los realizados en Ubisoft, la firma que va ganando la guerra y a la que se atribuye el comienzo de las hostilidades, cuya última creación hasta la fecha ocupa tres pisos y emplea más de 3000 papelitos adhesivos. Todo indica que pronto el conflicto salpicará también a muchos apartamentos en París