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De Estambul a Nueva Dheli por la Ruta de la Seda

Se dice que hace unos 4.700 años que la emperatriz china Hsi-ling-shi empezó a desarrollar la cultura  del gusano de seda doméstico. Asociada a la producción de seda, China se convirtió en poco tiempo en sinónimo de riqueza y sus mercaderes atravesaron toda Asia hasta llegar a las costas del mediterráneo bajo la prohibición rigurosa de revelar el secreto de la sericultura. Es así como nació la llamada Ruta de la Seda, un camino de múltiples ramificaciones que conectó durante la Antigüedad y el Medioevo Oriente y Occidente.

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Aunque habrían de pasar más de 1000 años para que la sericultura se desarrollara y expandiera por Europa, el codiciado secreto se reveló en época de Justiniano en la actual Estambul, uno de los hitos más importantes de la ruta desde su comienzo, a donde llegaron dos frailes persas que traían escondidos en sus bastones de bambú los primeros huevos de gusanos de seda que contemplaron los límites del mundo occidental.

Lo cierto es que desde hacía siglos a través de la ruta llegaban decenas de otros productos valiosos tales como lino, metales preciosos, opio, especias, coral, ámbar, marfil, vidrio, entre un largo etcétera, y con ellos una serie de ideas religiosas y filosóficas sin cuya influencia resulta difícil concebir aspectos esenciales del pensamiento y la espiritualidad occidentales. Así, por ejemplo, a través de la ruta de la seda el Budismo no sólo se extendió desde India por toda Asia sino que también llegó a Europa junto a importantes conocimientos científicos en campos como la medicina o la astronomía. La ruta fue invistiéndose de un carácter iniciático-simbólico cuyos rescoldos aún no se han apagado, como prueba el hecho de que el tramo que va de Estambul a Nueva Dehli cruzando Turquía, Irán, Afganistán, Pakistán y parte de la India continúe siendo tal vez el más atractivo del viejo itinerario.

Naturalmente los habitantes de la antigua Constantinopla estaban lejos de compartir nuestras nociones geográficas. Ellos identificaban conceptualmente todo lo que quedaba al este de los territorios del imperio con la India, incluso China, al este de la cual quedaba el Paraíso, del que salían los principales ríos de la tierra.

Paseando aún hoy día por la ciudad, muy especialmente quizás en lugares como el Gran Bazar, pero también al observar los magníficos ejemplos de arte bizantino que ofrece Estambul, tales como los espléndidos mosaicos (donde la emperatriz y su séquito lucen deslumbrantes vestidos de seda bordados de oro) o el aspecto de doseles de tela oriental de las bóvedas de las naves laterales de Santa Sofía, lugar donde se funden simbólicamente la tierra y el cielo y en cuyo suelo se representan en mármol los cuatro ríos del Paraíso al otro lado del final de la ruta de la seda, no cuesta demasiado trabajo sentir a flor de piel la centralidad de la antigua Constantinopla en esa fascinante aventura viajera que conformó decisivamente Europa.

 

 

 

 

 

Atrévase a sentirse como aquellos dos frailes persas que jugándose la vida traspasaron la frontera de lo prohibido en pos del conocimiento cuando alquile alojamiento durante las vacaciones en Estambul , ciudad frontera por excelencia.