Cuentan que en una ocasión un grupo de periodistas italianos se asombró mucho cuando una prestigiosa crítica de arte enamorada de Venecia que estaba visitando su Bienal no incluyó esta ciudad entre sus favoritas, algo que todos ellos daban más que por sentado. La escritora respondió que la razón era que no consideraba Venecia una ciudad sino más bien un sueño.
Recuerdo que mientras yo escuchaba esta historia en el Café Florian mis ojos buscaron alguna evidencia de la realidad al otro lado de los cristales de la ventana que da a la plaza de San Marcos. Recuerdo haber visto entonces como en un espejo de agua pintado por Canaletto la fachada del Palacio del Dogo, temblando. Recuerdo haber vuelto la vista otra vez a mi mesa de mármol y haber pensado que, pese a que jamás había pagado tanto dinero por un capuchino, ese era sin duda el café más barato que tomaría en toda mi vida.
Existe la sensación de habitar un sueño lúcido cada vez que uno alquila apartamentos en Venecia. Esa misma cualidad casi nómada de territorio liminal entre dos planos de la existencia parece aromar buena parte de la literatura y la vida inspiradas por la ciudad. Tal vez desde Marco Polo. Pues la misma sensación de estar penetrando en un sueño la tuvo que experimentar su compañero de celda cuando el primero le hablaba, febril, de sus viajes. A no ser que, como sugiere la historiadora Frances Wood, el sueño fuera otro—volvemos a los espejos—y Marco Polo jamás hubiera llegado a China (¿por qué no menciona en su libro la muralla, ni el papel moneda, ni la tinta china, ni tantas otras cosas que a un occidental tendrían que haberle a la fuerza llamado la atención?) sino que con elementos de historias escuchadas sobre el oriente lejano en sus viajes, fuera la imaginación de su compañero de celda, poeta y escritor de romances, la que hubiera creado un sueño chino para que Marco Polo y Venecia, y después de ellos todos nosotros, lo habitáramos y explorásemos.
Otro caso de ilustre veneciano funambulista del sueño que separa en forma de tenue y permeable línea fronteriza la realidad y la ficción podemos encontrarlo en Casanova. Alquimista, matemático, químico, músico, científico inventor, geómetra, político, médico, químico, economista, seductor…. Y sobre todo, como él prefería presentarse, hombre de letras, es decir, escritor. Así como Marco Polo, que no era hombre de letras, ha pasado a la historia por un viaje que posiblemente no hizo y un libro que probablemente nunca escribió, Casanova, que se consideraba escritor por encima de todas las cosas, ha pasado a la historia no por su extraordinaria Historia de mi vida, sino por sus aventuras, la mayor parte de las cuales son apócrifas, ficticias, legendarias, hasta el punto de que un buen número de gente siempre ha tenido dudas acerca de la verdadera naturaleza de su existencia (¿mago, fantasma, demonio, avatar, ficción?), fascinante en cualquiera de los casos.
Así también es tal vez Venecia. Más un sueño—fascinante, sobrecogedoramente bello, acaso un sueño incluso de otro mundo—que una ciudad.
Paul Oilzum