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Niccolò Ammaniti: Que empiece la fiesta

Aunque en realidad las grandes fiestas tienen siempre resonancias orientales, pocos lugares como la Roma antigua evocan mejor el concepto. Durante siglos hemos sido educados en Occidente en la idea de que el declive de ese Imperio cuyo olor seguimos llevando pegado a la piel, cuya nostalgia continua agitando de extrañas y ocultas maneras nuestros  corazones, tuvo que ver con una vida decadente de abandono a todo tipo de placeres corporales que encontraba su mayor expresión en esas fiestas aristocráticas que cubrían todo el espectro entre la muerte y el sexo por medio de atracciones exóticas e impredecibles y el cultivo de todos los placeres de la carne. Un perfecto y exquisito carnaval de lo grotesco trufado de ocelotes, jirafas blancas, elefantes tornasolados, bailarines nubios, contorsionistas, amazonas, pigmeos, antorchas humanas, naumaquias, las drogas y venenos más delicados…

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Algunos excelentes textos clásicos y una legión de perturbados y dementes panfletos cristianos fueron creando en el imaginario colectivo una identificación entre las fiestas más atroces, salvajes y seductoras y el mundo romano que, sustentada  en el siglo XX por los mitos cinematográficos, de alguna manera perdura hasta nuestros días en expresiones de diversas variedades.

Desde este prisma, no faltará quien vincule el infame comportamiento de Silvio Berlusconi en su escandalosa vida privada, del que vamos sabiendo cada vez más escabrosos detalles (incluidas las erecciones en la piscina de ciertos líderes internacionales provocadas por el efecto de la contratación de jóvenes damas de compañía, algunas menores de edad, para los invitados), con esa legendaria tradición de excesos romana, de la que simplemente sería una encarnación contemporánea, como mucho tal vez incomparablemente más vulgar y chabacana, como corresponde a los nuevos ricos y mafiosos de escasa enjundia artística en intelectual que las protagonizan, pero acaso ni siquiera eso pues bien se sabe la manera tan exagerada con que tendemos a idealizar las épocas pasadas.

Es para descargar su ira y desprecio contra este nuevo tipo de fiestas que parecen caracterizar, como perfecta metáfora de sus años de su mandato,  la época del gobierno de Berlusconi, que el escritor  romano Niccolò Ammaniti, probablemente uno de los más interesantes autores italianos contemporáneos, ha escrito su última novela, la implacable sátira Que empiece la fiesta, donde arremete violentamente contra la imagen de una Italia hortera, inculta, paranoica, racista, insolidaria y desalmada que en la última década han proyectado los gabinetes de Berlusconi en alianza con algunos de los partidos más significados de la ultraderecha italiana.

Pese a lo grotesco y extremo de las descripciones, que giran en torno a la organización de una fiesta del ficticio constructor Sasà Chianti en su residencia Villa Ada, situada en el mismísimo centro de Roma, el propio Ammaniti ha declarado, no sin socarronería, haberse comportado como un escritor muy realista que, pese a lo desternillante de la novela, ha sufrido las consecuencias de hacer comedia hoy en día en Italia, donde en sus propias palabras la realidad es mucho más divertida que la ficción.


 

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Que empiece la fiesta, como parece confirmar el resultado de las últimas elecciones municipales italianas, donde Berlusconi y lo que representa sufrieron una sonada derrota, es una señal más de que esa otra Italia bella, inteligente e inspiradora, está despertando. Como podrá comprobar cuando alquile apartamentos en Roma ciudad que es siempre en sí misma una fiesta incomparable.