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Por las calas del Parc Natural Cap de Creus

Lejos del bullicio, de las aglomeraciones, de la contaminación, del urbanismo salvaje, se encuentra, a dos pasos de Barcelona, las distintas calas que conforman el Cap de Creus (Cabo de Creus). Una sucesión de recoletas playas  casi inaccesibles, un mar límpido y transparente, una naturaleza salvaje con su sucesión de pinos y monte bajo, unos pueblos que aún conservan el saber vivir de épocas pasadas… todo eso y más podrá encontrar el viajero en Cap de Creus. Aquí el tiempo se torna lento, el hombre convive en armonía con los espacios naturales, se adivinan bandadas de pájaros que migran de norte a sur y de sur a norte, el fondo del mar es un paraíso para los buceadores y las playas… ¡ah! las playas… las playas del Cap de Creus son de arena fina, recogidas sobre montañas (no en vano estamos en la punta última de esa mole que es el Pirineos), el aroma de la mejorana o del tomillo se confunde con alguna flor silvestre, el agua de mar transparente deja entrever los pequeños pececillos que se aventuran a acercase a la orilla en busca de algas marinas.

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“Un lugar creado para los dioses” a decir de Salvador Dalí, ilustre veraneante de estas costas allá por la prodigiosa década de los años veinte cuando las vanguardias sacudían la España más vetusta. Un lugar que frecuentó hasta su muerte.  Nada más hay que recordar que en una de estas poblaciones, en Cadaqués, tuvo su residencia de verano la pareja formada por Gala y Salvador Dalí y a cuatro pasos del mar, tierra adentro, se encuentra el Castillo de Púbol, inmejorable testimonio del peculiar arte del genio surrealista.   Y “una delicia para sentir el paso del tiempo gota a gota”, según palabras de otro escritor  de la zona: Josep Pla. Y es que las distintas calas que terminan en esta pequeña península (en el extremo norte y este de España) son un regocijo para los sentidos del viajero en busca de los emplazamientos más sublimes de planeta. Desde Bol Nou hasta Roses, el paisaje natural va dando paso a antiguas masías rodeadas de campos de trigo. Alguna que otra amapola pone una nota de color en el dorado paisaje. Pueblos medievales dan la mano a lugares recuperados para el arte. Empinadas carreteras flanqueadas por pinos dan paso a las silenciosas calas ocultas a las miradas extrañas.

Los aficionados al buceo, a la pesca o a la navegación pueden hacer algún tipo de excursión en barco. Hay empresas especializadas que organizan este tipo de actividades. Si te decides por esta opción, no hay que perderse una visita a las Islas Medes, paraíso en la tierra, deshabitado por el hombre, parque natural y protegido, refugio rocoso de aves y peces…  Allí, entre el rumor de olas y el entrechocar del viento, te sentirás como los antiguos navegantes que surcaron un Mediterráneo por entonces desconocido.

 

Las calas del Cap de Creus están a corta distancia de la Ciudad Condal. Si dispones de vehículo, la mejor opción es conducir hasta una de estas poblaciones y tener como cuartel general tus apartamentos en Barcelona ya que la oferta de alojamiento en la zona es reducida. Dirígete hacia Port de la Selva, Llança o Pau.