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Ámsterdam en bicicleta

Al viajero que llega a Ámsterdam por primera vez no pueden dejar de sorprenderle una serie de características de la ciudad que hablan de su talante abierto, respetuoso y civilizado, tales como la liberalidad en las políticas referentes al consumo de cannabis o la prostitución siempre que se practiquen en lugares específicos para tales propósitos o la asombrosa proliferación de bicicletas—se calcula que hasta un cuarenta por ciento de los  residentes de la capital holandesa, usan este medio de transporte a diario–, que le ha ganado la denominación extraoficial de Ciudad de las Bicicletas.

Paul Oilzum Only-apartments Author

 

Entre las razones para ello se encuentran naturalmente algunas ligadas a la propia configuración y trazado de la urbe. Ámsterdam, como la mayor parte de Holanda, es un territorio conquistado al mar generación tras generación por la intervención humana, lo que resulta en una profusión de serpenteantes canales y estrechas y laberínticas cuyo tránsito en coche resulta poco práctico. Por motivos análogos otro factor a tener en cuenta es la sensible escasez de zonas de aparcamiento en el espacio urbano. Las circunstancias mencionadas adquieren aún mayor relieve en el coqueto centro histórico de la ciudad, construido mayoritariamente en el siglo XVII, cuyas angostas y tortuosas calles se avienen francamente mal con el uso de los vehículos de motor.

Tal vez en conexión con el carácter práctico de sus ciudadanos, estas razones han contribuido al desarrollo en Ámsterdam de una conciencia ecológica que favorece a su vez aún más el uso de las bicicletas, razón por la cual se dice que los Amsterdammers nacen sobre una de ellas, lo que explicaría su dominio maestro del vehículo, de difícil parangón en ninguna otra ciudad europea.

De lo anterior se podrá deducir sin dificultad que el ciclista encuentra raros obstáculos en la capital holandesa, diseñada conscientemente para adecuarse a sus necesidades, por lo cual abundan los carriles de bicicleta (hasta 400 kilómetros de ellos para conectar virtualmente todos los puntos de la ciudad entre sí) y las facilidades para su uso eficaz y civilizado, sin grandes conflictos con tranvías, autobuses y coches.

Todo ello resulta en una experiencia urbana sensiblemente diferente a la de cualquier otra capital europea. Pues desplazarse por la ciudad en bicicleta, aparte de ofrecer una alternativa ecológica frente a la polución, la emisión de gases contaminantes y el uso de energía procedente de materiales fósiles, no sólo contribuye a llevar una vida más sana y un ritmo más calmo y relajado que invita a la reflexión, la contemplación y la apreciación estética, sino que de alguna manera también nos devuelve a un cierto sentido háptico de la arquitectura y el urbanismo, reintegrando el tacto en nuestra experiencia perceptiva del espacio y por tanto en nuestra comprensión del mundo que nos rodea.