Tal vez uno de los mayores contrastes de Roma se esconde, más que se encuentra, al sur de la Colina Capitolina, en el populoso barrio de Testaccio, justo al pie de monte del que toma el nombre. A diferencia del vecino Aventino, el selecto y tranquilo barrio que tanto atrajo como residencia a los escritores y filósofos de la Roma clásica, Testaccio ha sido siempre uno de los distritos más bulliciosos y populares de la ciudad, el lugar perfecto para descubrir y observar la verdadera esencia del romano de a pie, en su elemento entre las tradicionales tiendas de ultramarinos, los mercados antiguos, el esqueleto de las antiguas fábricas que atestiguan su pasado industrial proletario, el viejo matadero y un surtido variado de vibrantes restaurantes, bares y discotecas que prolongan la animación del día hasta altas horas y lo convierten en zona dilecta para salir por la noche.
Es, sin embargo este barrio tan menestral, tan castizo, el sitio donde se encuentra uno de los lugares más delicados de Roma. Hablamos del Cimiterio Acattolico (Via Caio Cestio, 6). Como su propio nombre indica se trata simplemente de un cementerio no católico, donde hallan reposo tras la vida los cuerpos de protestantes, ortodoxos, budistas, chinos e incluso ateos y agnósticos—es aquí, donde está enterrado, por ejemplo, Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, víctima del fascismo y tal vez uno de los más sugerentes e interesantes pensadores de izquierda del siglo veinte.
Su fama, no obstante, la debe principalmente a los protestantes y más en concreto a los protestantes ingleses—razón por la que se lo conoce a menudo como el Cementerio de los Ingleses—y muy singularmente a dos de ellos, los poetas y amigos John Keats (1795-1821) y Percy B. Shelley (1792-1822), que junto a su compatriota Lord Byron (1788-1824), quien acaso buscó su propia muerte luchando por la libertad en Grecia, otro país de la antigüedad clásica, sólo para en alguna medida ser capaz de emularlos, componen el triunvirato imperial de la poesía romántica británica. Pues son las tumbas de Keats y de Shelley, delicadas y abismales como sus vidas y obras, como este propio camposanto donde se encuentran sus huesos y del que Shelley afirmó—precisamente en el prefacio de Adonais, su poema elegiaco sobre la muerte de Keats—que bastaba saber que uno podía ser enterrado en un lugar tan dulce para enamorarse de la muerte, las que convierten el Cimeterio Acattolico en un auténtico lugar de peregrinaje no sólo romántico, sino también literario.
Y acaso es justicia poética que, después de muertos, las figuras de ambos continúen entrelazadas. Después de todo, el cadáver de Shelley, sin ojos y devorado hasta la desfiguración por los peces tras naufragar su barca, sólo pudo ser reconocido por Byron al encontrarse un libro de Keats en su bolsillo.
Paul Oilzum
Y en la lápida de la tumba de éste último está escrito el epitafio: «Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua» Tal vez deseen, si alquilan apartamentos en Roma, visitar el lugar e iniciar desde aquí una de las rutas posibles por la Roma romántica.?
Traducido por: salome antigone
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