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Aún no estamos en condiciones de poder valorar el formidable impacto que tuvo en nuestras vidas la irrupción de la fotografía. No sólo la aparición del procedimiento mecánico que substituyó la producción de imágenes formadas mediante la exposición con vapores de yodo sobre las placas de plata pulida o cobre plateado del daguerrotipo, con sus evocadoras resonancias alquímicas no del todo perdidas posteriormente con el paso al revelado de la película en cuartos obscuros entre emulsiones mágicas de un extraordinario y sutil poder corrosivo, sino sobre todo la multiplicación masiva y omnipresente de estas reproducciones esencialmente fantasmas de la realidad a la que en buena medida han acabado reemplazando por completo. Esta es, naturalmente, la cuestión de fondo, pues en rigor la fotografía, con independencia de los soportes y materiales utilizados es casi tan antigua como la historia de la humanidad y desempeña un papel fundamental en algunos de los mitos constitutivos de la cultura en Occidente.
Tal vez uno de los asuntos más perturbadores en relación con la imagen fotográfica sea las maneras en que esta se relaciona con la memoria y el recuerdo, que sabemos ahora por la neurociencia del mismo modo que ya se nos había sugerido en repetidas ocasiones por un buen número de filósofos y poetas, nace, habita y recorre los mismos paisajes que son propios a la imaginación, pudiendo incluso identificarse con una región de esta. La relación de la fotografía con la memoria es tan ambigua, rica, contradictoria y conflictiva como la que mantiene con lo que damos en llamar realidad y uno de los principales asuntos que trata la exposición retrospectiva de los últimos diez años de trabajo de la artista japonesa Chino Otsuka que puede verse hasta el próximo nueve de septiembre en el Museo de fotografía Huis Marseille de Ámsterdam.
La muestra incluye además dos instalaciones de video recientes designadas con el término Memoriografía (1 y 2 respectivamente) y una obra especialmente realizada para la exposición que recoge la investigación y compilación de los rastros que los japoneses dejaron en la Historia holandesa del siglo XIX, lo que solo en apariencia supone un cierto alejamiento del uso de Otsuka del auto-retrato como método de exploración de su identidad cultural. Como en el resto de su atrayente producción fotográfica, la preocupación principal de esta artista japonesa de cuarenta años educada principalmente desde niña en Inglaterra en internados experimentales de carácter liberal donde los propios estudiantes dirigían el curso de sus estudios y posteriormente en la Universidad de Westminster y el Royal College de Londres parece ser el la indagación en torno a su propia identidad a través de una serie de autoretratos en diferentes lugares a los que en alguna ocasión ha pertenecido que cuestionan de manera no ajena a un cierto sentido literario la manera en que las fotos conservan, construyen o inventan nuestros recuerdos.
