Estambul es un zumo de granada recién exprimido, una caja de Börek y otra de Baklava, esos incontables puestos de Kebab que se dan cita en la esquina de la Calle Istikal, el sonido del vendedor de mejillones y del tranvía nostálgico que conecta con Taskim.
Es el bullicio y la locura del Gran Bazar, el color y olor del Mercado de las Especies, incluso también las personas que nos venden un permufe de imitación a un precio 20 veces más bajo que el de las tiendas mostrándonos el arte del regateo en su máximo esplendor donde el concepto del tiempo parece estar olvidado o aparcado durante unos minutos. Estambul es el barco que conecta Europa con Asia mientras una mujer echa una cabezadita los 20 minutos que dura el trayecto y un servidor degusta un té con manzana observando a cada uno de los allí presentes.
Estambul es un lugar para la sorpresa, las exclamaciones al observar por primera vez el exterior de Santa Sofia y el interior de la Mezquita Azul. Es ver cómo los fieles rezan de rodillas al unísono o cómo algunos portan sus alfombras desde casa y rezan en la acera porque la Mezquita de Uskudar está atimbote.
Es el hogar del limpiabotas, del músico callejero y de los kurdos que venden flores. De las bellas vistas desde cualquier ángulo, de un delicioso café en el mirador de Pierre Loti y, por qué no decirlo, de un inolvidable momento en la tetería de las alfombras de Uskudar. Estambul también nos invita a fumar narguile en un cementerio próximo al Gran Bazar mientras observamos cómo el cielo anaranjado poco a poco se convierte en negro porque la Luna ha ganado otra vez la batalla al Sol.
Estambul es el conjunto de sus barrios, desde el conocido Sulthanamet, hasta el auténtico y genuino Uskudar, del pescado de Kumkapi a las ferreterías de Kadikoy, del estadio de fútbol del Besiktas hasta el barrio más musulmán de todos, el de Eyüp.
Estambul es una mujer repleta de hijas, aquellas que ondulan su pelo para mostrar sus rizos, las que portan un velo de colores en la cabeza y las que van completamente vestidas de negro con su burka. La antigua Constantinopla también nos ofrece esos hombres pescando en el puente con las vistas a lo que probablemente sea el mayor skyline de Mezquitas de todo el mundo, es el tacto de la seda de los pañuelos de las turistas que deciden visitar sus templos o de los locales que limpian y purifican sus pies antes de entrar a un territorio santo.
Estambul más que una ciudad es un país, tal y como dijo Napoléon, «si el mundo fuese un estado, la capital sería Estambul«.
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Escrito por Jesús Martínez Reneo de Vero4travel
Vero4travel es el blog de los hermanos Jesús Martínez y Verónica Martínez. Dos apasionados de los viajes que disfrutan compartiendo sus experiencias, descubriendo nuevos lugares y aconsejando a sus lectores.