En un patio interior se inclina misteriosamente una mujer vestida con una blusa roja y una larga falda azul, como ensimismada en la realización de alguna labor cotidiana. A la derecha, en primer término, en el vano de la puerta de la casa colindante vemos a otra mujer el blanco de cuyas vestimentas destaca sobre un fondo obscuro y entre ambas dos niños acurrucados parecen estar jugando en la acera, tal vez a las canicas. En los ladrillos rojos de la casas, típicamente holandesas, percibimos con cuidadoso detalle las grietas y los arreglos, del mismo modo que nos asombra la minuciosidad con que se representan las contraventanas, los cristales, el pavimento enlosado…Podríamos contemplar durante horas y horas en estado cercano al hipnosis la sabia y enigmática manera que tiene este cuadro de articular el espacio (los diferentes huecos abiertos, las fachadas traseras, los tejados) y sobre todo la mirada, la manera en que en él el silencio y la atmósfera prevalecen conmovedoramente ante los ruidos y los motivos del lugar representado, el modo en que la composición geométrica cede paso y preferencia al sentimiento de materialidad temporal, la forma en que este pequeño y milagroso lienzo de Vermeer se sitúa a años luz de distancia de la artificiosidad de los gratos cuadros de De Hooch que parecen tratar los mismos temas. Se encuentra, como otras tres obras maestras del pintor de Delft, las inolvidables Lectora en azul, La lechera y La carta de amor, en el Rijksmuseum de Ámsterdam (http://www.rijksmuseum.nl/?lang=en) y admirarlas estremecidos es tal vez la mejor cosa que podemos hacer cualquier tarde de verano que nos sorprenda la lluvia en la hermosa ciudad de los canales, especialmente ahora que los extranjeros tienen lamentablemente vedada la entrada a los Coffee-Shops.
Claro que habrá quien prefiera, afortunadamente no son excluyentes, perderse en las sinestesias creadas por la explosión salvaje de colores que sacude a diario el excelente Museo Van Gogh, que aloja una completísima y extraordinaria colección de cerca de 200 obras del pintor holandés pertenecientes a cada uno de sus periodos artísticos.
Es posible también que los más excéntricos prefieran esperar a que escampe tomándose un delicioso té en el elegante café del curiosísimo Museo de los Bolsos que muestra la colección de Hendrikje Ivo, antes o después de haber admirado asimismo el fantástico trabajo artístico de las chimeneas del edificio del siglo XVII sito en el 573 de la calle Herengracht que le sirve de sede.
Otra opción recomendable en forma de museo diferente a lo esperado es el fantástico Museo del Sexo, también conocido como Templo de Venus, que se encuentra en el número 18 de la calle Damrak, al lado de la Estación Central, con su seductora combinación de colección de artefactos eróticos y parque temático donde uno se va perdiendo en turbadoras salas de sugerentes nombres (Wilde, Sade, Valentino, Mata Hari…) y sus correspondientes asociaciones.