Dado que al menos desde que Herder se hiciera a la mar llevando consigo un sentido dinámico y revolucionario de la Historia, una noción de la cultura como la verdadera naturaleza humana, un individualismo democrático como convicción política, un interés profundo en la recopilación de la cultura popular y una fascinación generadora y creativa por lo que dio en llamar la razón viva (es decir, las dimensiones de lo que más tarde se llamará el inconsciente), Alemania es la cuna del Romanticismo, y habida cuenta de la atracción que este movimiento o disposición estética del espíritu, sin el cual no es posible comprender en absoluto la historia contemporánea del arte y las ideas, sintió desde su comienzo por las ruinas—de las que emana un sentimiento doble y fecundo que se expresa tanto en una fascinación preñada de melancolía por el poder de invención y creación humano como en un fatalismo no menos obnubilante producto del convencimiento de la capacidad destructora de la naturaleza y el tiempo—es acaso de manera trágica que Berlín acabaría convirtiéndose al final de la Segunda Guerra Mundial en un campo de escombros con credenciales suficientes para ser la capital del dolor por excelencia, tanto el sufrido como el causado monstruosamente, la ciudad referente en la elaboración de esa Historia Natural de la Destrucción de la que hablaba Sebald de modo tan estremecedor.
Todo eso quedó muy atrás, afortunadamente, y Berlín vuelve a ser hoy en día, desde hace ya mucho tiempo, una ciudad vibrante, dinámica y creativa donde palpita una vida fecunda como sólo lo son las formas híbridas del devenir. Sin embargo, quedan suficientes recordatorios físicos de aquel horror innombrable como para que no tengamos excusas si olvidamos las lecciones de un pasado tan atroz.
De todos ellos tal vez el más icónico y curioso sea la torre antigua de la Iglesia Commemorativa del Káiser Guillermo www.gedaechtniskirche-berlin.de/KWG/index.php, edificio neorománico construido entre 1891 y 1895 con el objetivo de preservar gloriosamente, sus 113 metros de altura fueron la cumbre de Berlín durante mucho tiempo, la memoria del gobernante alemán, durante cuyo mandato curiosamente, fue el último rey de Prusia y el último emperador alemán, se produjo una escalada armamentística sin precedentes y la guerra más devastadora que el mundo había conocido hasta la fecha, trágico precedente de lo que estaba aún por venir.
Hasta su propia destrucción por los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, los berlineses detestaron la iglesia sistemáticamente y llegaron a solicitar su derribo en la década de los años veinte. Sin embargo, tras quedar reducida a ruinas, empezaron a amarla como a ningún otro edificio en la ciudad, amor que les llevó a movilizarse con éxito contra la demolición de sus restos para construir en el solar un nuevo edificio.
Paul Oilzum
En su lugar se levantó justo al lado, formando uno de los puntos de encuentro más animados de la ciudad, una iglesia octogonal moderna en cuyo entramado de hormigón se hayan insertadas 33.000 piezas de vidrio de Chartres que sumen su interior, donde pueden verse un Cristo y una cruz de clavos procedentes de la catedral de Coventry, arrasada por las bombas nazis, en un perpetuo e intenso crepúsculo azul.Quizás no decline visitar el lugar cuando alquile apartamentos en Berlín