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El Castillo de San Jorge en Lisboa

En lo más alto de Alfama, el lugar más antiguo de Lisboa, perdiéndose en la memoria de los tiempos, se yergue, como un centinela, el Castelo de Sâo Jorge, sucesivamente rehecho, reconstruido y acondicionado. En su mirador, a vista de pájaro, aparecen los tejados rojos de la aristocrática y melancólica Lisboa. Adentrarse a través de sus murallas es visitar el Portugal auténtico de calles estrechas, fachadas coloridas, ropa tendida entre las ventanas y ecos de fado. Es aquí donde se agazapa la ciudad vetusta y donde se conservan cada uno de los estratos que ha ido superponiendo la historia. Pero empecemos por el principio.

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Las últimas excavaciones arqueológicas han puesto de manifiesto que antes de que Lisboa recibiera, a la par que el nombre de Felicitas Julia, los privilegios de la ciudadanía romana, allá por el 60 antes de Cristo, fue una plaza ocupada por griegos y fenicios quienes se valdrían de su puerto natural para la realización de actividades comerciales. Serían estos navegantes los que, aprovechando la colina natural de la actual Alfama, edificaron una primera alcazaba rudimentaria de madera. Sobre esta construcción, los romanos levantaron una primera muralla de piedra. Siglos más tarde, distintos pueblos bárbaros recayeron en la ciudad del Tajo destruyendo todo aquello que se encontraba el paso.

Cuando arribaron los musulmanes, a partir del año 711, tal había sido el desaguisado que Lisboa era apenas un villorrio habitado por unos cientos de almas. Entonces se levantó la doble muralla que ha llegado hasta nosotros. El recinto interior, el que se sitúa junto a la Torre de San Lorenzo (Torre de Sâo Lorenço), es el que servía como residencia real, mientras que la muralla exterior estaba pensada para proteger a los vecinos que se desperdigaban por Alfama (en árabe, los baños o las fuentes).

Que el bastión era importante, por su situación estratégica junto al mar, a pesar de sus reducidas dimensiones, da debida cuenta las distintas escaramuzas y bloqueos que el castillo musulmán sufrió hasta la conquista cristiana en el año 1147, comandando las tropas el rey Alfonso Enriques (el conquistador). La leyenda cuenta que un aguerrido caballero de nombre Martim Moniz, aprovechando que una de las puertas no se había cerrado del todo, sin pensárselo dos veces, interpuso su propio cuerpo como calzo para que sus compañeros pudieran introducirse en el recinto. Un sacrificio tal le valió la inmortalidad de su nombre, ya que, desde entonces, dicha puerta se conoce como «La puerta de Martim Moniz». El rey, para afianzar la plaza, trasladó al Castillo, una vez fue puesto bajo la protección de San Jorge Matamoros, la corte, la cual permaneció en este recinto militar hasta 1511, cuando Manuel I (el afortunado) movió los aposentos reales a la ribera.

Con los sucesivos terremotos y, especialmente el destructivo de 1755, las murallas quedaron seriamente dañadas, de tal manera que hubo que acometer importantes reformas en las primeras décadas del siglo XX. Bajo el régimen de Salazar se acondicionó el recinto al completo, al tiempo que se habilitaron jardines y se construyó el mirador.

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La mayoría de los apartamentos en Lisboa están en la ribera, cercanos al mar, así que hay que tomar fuerzas o decantarse por el tranvía, antes de subir al «Castelo de Sâo Jorge».