Probablemente pocas cosas se identifican más con algunas de las características que constituyen la imagen de lo esencialmente americano como la actividad del rodeo, calificada a menudo por sus seguidores como el deporte más duro del mundo.
La imagen del vaquero ha venido a simbolizar, apoyada en el soporte de la publicidad, la televisión y el cine, el arquetipo del americano independiente, rudo, misterioso y parco en palabras, un ser de frontera que encarna el espíritu del pionero capaz de abrirse camino en tierras hostiles e ignotas dominando la naturaleza.
En su libro Lila, An Inquiry Into Morals, el autor estadounidense Robert M Pirsig reflexionaba sobre la manera en que los rasgos más característicos con los que a menudo se identifica al vaquero norteamericano parecen ser un reflejo casi idéntico de los que evoca la figura de los indios americanos, verdaderos nativos de una tierra que les fue arrebatada de una manera singularmente cruel, sangrienta y genocida de las manos por los colonos europeos.
Rasgos tales como la generosidad y la confianza en sí mismo, un silencio enigmático, sólo roto por medio de una sorprendentemente precisa y medida elección de palabras (jamás se habla para llenar o matar el tiempo), un estado permanentemente alerta, un desarrollado sentido del ritual, un comportamiento decente, modesto, reservado y digno y una cierta disposición a arrebatos de súbita y extrema violencia serían tan sólo algunas de las características del modelo de valores culturales de los indios americanos que pueden encontrarse reflejadas en la figura del vaquero estadounidense blanco y que apelan a lo que el corazón de la nación identifica como el sistema cultural histórico de los valores americanos, fuente de todo aquello que se considera inconscientemente bueno por la mayor parte de los habitantes del país.
Pirsig sostiene que la lectura atenta de una hipotética lista de las características que los observadores europeos atribuyen tradicionalmente a los americanos blancos bastaría para detectar la correlación entre éstas y aquellas que los observadores americanos blancos han asignado tradicionalmente a los indios, del mismo modo que una lectura atenta de las características con las que los observadores americanos blancos describen tradicionalmente a los europeos nos haría percibir que no difieren esencialmente de aquellas que los indios asocian a los americanos blancos.
Pese a que a los indios americanos no se les habría reconocido suficientemente su contribución decisiva a los valores que conforman la personalidad del americano de frontera, para Pirsig se trata de un hecho incontrovertible, evidenciado incluso en su predilección por una vida independiente, desapegada y libre.
Sea como fuere el caso, el Festival de Monta de Toro Profesional que se celebrará en el Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York del 7 al 9 de enero (http://www.pbr.com/) es una de las más espectaculares y teatrales manifestaciones contemporáneas de ese supuesto espíritu mítico del hombre del oeste.
Durante tres días cuarenta de los mejores montadores de reses del continente americano competirán en un espectáculo único que tal vez no le apetezca perderse si alquila apartamentos en Nueva York por esas fechas.
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